Chominás a gogó

Chominás a gogó

Oda a los crushes

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Beso vuestros pies, ángel negro…

(Un poema de hace más de un año).

Beso vuestros pies, ángel negro,
pues vos sois mi musa y mi lazarillo
en este camino.

Vuestra merced me concede un ósculo dulcemente,
susurrando mi nombre
entre sueños.
Vuestra merced es mi faro de luz difusa
en este sendero trabado de piedras y de barro.
Vedme cual Golem postrado a vuestros pies,
hijo de Piedad milagrosa,
tirabuzones de canesú,
amalgama de versos, odio y mentiras,
astucia zorruna diapasonada
en ondas de alcanfor.

Ampárame bajo tu pecho redentor,
el que alienta a los caídos,
para subyugarme bajo el peso
de tus besos dominadores.
¡Oh, esclavo!, ¡oh, señor!,
¡portento de la naturaleza!
Fuerza vital que me eleva y que me postra
cuando, en el silencio de mi dormisanatorio,
escucho las plegarias ralentizadas
que me devuelven a mi primigenia obsesión,
en musitar de sensuales arcángeles de ébano.
Melodías tan tétricas, tan sonoras, en voz de plañideras,
que apuñalan mi alma de monigote
del Día de los Inocentes.

¿Te quiero o sólo te dispenso un cariño desapegado?
Este extraño lugar me ha extrañado tanto
que parezco asemejarme a un Pequeño Saltamontes,
al que finalmente le ha entrado en la cocorota
la lección del día siguiente,
la de ser paciente y aguardar,
cobijando, entre tanto, bajo su raído manto mostaza,
a un gorrión que casi perece húmedo
bajo el monzón del Himalaya.

Te deseo, pero no te extraño.
Bueno, en ocasiones,
pero no con la presura pueril de ayer,
cuando reconocí tu aura, amor mío,
y corría tras tu estela
como tantas otras descarriadas
que no sabían ni qué hacer con sus propias vidas.

Ahora, eufórica perdida en una tupida selva de vidrio,
parezco vislumbrar más claro el firmamento,
en el que delineo versos de dicha y de gloria,
de amor a mis hermanos mortales
y de guerrillas cotidianas,
alzada contra leyes huecas y translúcidas,
que ya sólo me suponen
unas chinitas impertinentes en los zapatos.

Fuera penas, fuera males…
Ya sólo me queda un ser de éter y de zen reposado,
planeando incluso entre cuatro muros que, espinosos, se van estrechando
y cuyas ramas se enraízan hacia los lugares más recónditos
del alma y de las más altas esferas…
Beber de los vastos pesares
de esta brumosa existencia…
¿Ves!, ¡ya me he acordado de Baudelaire!
¡Me callo!
He dicho.